Hoy es un día triste. Ha muerto Carlos Fuentes, uno de los grandes de la literatura en lengua española. Nacido un 11 de noviembre de 1928, ha sido uno de los escritores mexicanos más universales. Nos deja su obra -novelas, relatos y cuentos, ensayos, obras de teatro- pero, sobre todo nos deja su pensamiento, esa mente lúcida y clara con la que denunciaba las injusticias del mundo en que vivimos, especialmente las que sucedían a diario en su país. Siempre podremos disfrutar de sus palabras en La región más transparente, La muerte de Artemio Cruz, Los años con Laura Díaz o La voluntad y la fortuna, entre muchas otras. Es lo que tiene la literatura, hace vivir eternamente a los más grandes.
Permítanme presentarme. O más bien dicho: presentar mi
cuerpo, violentamente separado (esto ya lo saben) de mi cabeza. Hablo de
mi cuerpo porque lo he perdido y no tendré otra oportunidad de
presentárselo a sus mercedes, o a mí mismo. Indico así, de una santa
vez, que la narración que sigue la dicta mi cabeza y sólo mi cabeza,
toda vez que mi cuerpo, separado de ella, ya no es más que un recuerdo:
el que aquí sea capaz de consignar y dejar en manos del advertido
lector.
Bien advertido: el cuerpo es por lo menos la mitad de lo que somos. Sin
embargo, lo dejamos escondido en un closet verbal. Por pudor, no nos
referimos a sus inapreciables e indispensables funciones. Dispénsenme
ustedes: hablaré con todo detalle de mi cuerpo. Porque si no lo hago,
muy pronto mi cuerpo no será sino cadáver insepulto, ave de carnicería,
anónimo lomo. Y si no quieren saber de mis intimidades corporales,
sáltense este capítulo e inicien la lectura, muy formales, en el
siguiente.
Carlos Fuentes, La voluntad y la fortuna
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