Relato ganador en la categoría D de nuestro concurso de relatos navideños.
LA
CASTAÑERA.
El
cruce de la calle Iglesia marca el inicio de la Navidad.
Teresa,
la castañera de los guantes raídos, coloca su puesto de castañas
asadas en la esquina con la perfumería Chansòn. El olor a carbón
encendido y cáscaras tostadas es el pistoletazo de salida del gran
premio navideño.
Las
calles se llenan de bolsas con regalos, niños correteando y abuelos
sonrientes. Las señoras de la Avenida de los Golfines, las de dinero
de plástico y marido de escaparate, salen con los bisones y los
cuernos en busca del paraíso comercial, la mejor manera de camuflar
la soledad de su casa. Y la banda sonora, los villancicos que llenan
la Plaza Mayor desde el balcón del Consistorio.
Teresa,
la castañera de los guantes raídos, sabe que no es un buen año
para la venta. Ha llovido mucho y la humedad ha podrido los frutos.
Los senderistas han acabado con gran parte de la recolección y su
edad ya no le permite alejarse por el Castañar del Molino. El frío
se ha colado en sus huesos y el médico lo dejó bien claro: Nada
de castañas este año, Teresa. O el reúma acabará contigo.
Pero
Teresa, que no tiene más familia que las castañas y el fogón, no
puede dejar de sentarse en la esquina con la perfumería Chansón. En
ese taburete, la soledad se aleja por la alameda y en cada cartucho
de castañas entrega un pedazo de su alma a su querido Manuel.
Sin
más techo que el portal del número 33, el edificio del antiguo
Casino, ni más abrigo que sus recuerdos, Teresa se alimenta del olor
a carbón. El calor de las brasas la adormece y, entre cartucho y
cartucho, dibuja en su luz los recuerdos de aquellos días en blanco
y negro.
Fue
en esa esquina donde conoció a Manuel, su querido Manuel, y donde
probó por primera vez las castañas asadas, que le traían en el
sabor a lumbre los besos del hombre más bueno del mundo.
Aquel
mismo día, Teresa abandonó el palacete de la Avenida de los
Golfines. Abandonó los visones, el dinero de plástico y la soledad
de su casa para calentar su corazón y sus manos con el calor de las
brasas y los brazos de Manuel.
INMACULADA SÁNCHEZ LEANDRO, PROFESORA DE LENGUA CASTELLANA Y LITERATURA.
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